Difusión Cultural
1. Cuentos y Leyendas
La Pertenencia
Autor: Javier Piñero Terrón
Iba con prisa, especialmente ese día, obvió mirarse al espejo, con aquel moratón, menos grave de lo que aparentaba, darse más maquillaje era una buena solución. Descolgó el bolso de la percha, miró de reojo alrededor de su desvencijada vivienda, a quien se le hubiera ocurrido, alquilar aquel cuchitril, apestando a humedades, pero era su casa, al fin y al cabo.
Dio dos vueltas a la llave, comenzó a caminar con paso firme, deprisa, no querría cruzarse con algún indeseable embriagado, o delirantes adolescentes colocados, a deshoras, amanecía, dejó pronto atrás el Darro, y cuando quiso darse cuenta, estaba llegando a su lugar de trabajo.
Abrió, desconectó la alarma, hoy iba a ser un día duro, fue directamente hasta la taquilla, comprobó que el secreto que había guardado, que le había prometido a Roberto, seguía con ella, se lo debía, estaba segura que su decisión era la más correcta por la forma, la más acertada.
Don Faustino, con el que llevaba trabajando más de 20 años, quería que todo estuviese a la perfección, comenzó a organizar, el mostrador, encendió el ordenador, los dos reservados estaban impolutos y casi era la hora de abrir.
Los primeros clientes habían reservado hora, no hubo problemas, los pedidos estaban preparados, se fueron contentos como casi siempre, dándose por concluida una tarea que tarde o temprano, debían llevar a cabo.
Amanda estaba en la puerta, no quería que se formara un enfrentamiento, me la traje al reservado y comenzó a recriminarme.
. – Elia, no te andes con rodeos, vengo a buscar eso que tú y yo, bien sabemos que me pertenece, Roberto era mi marido, desconozco qué te contó, pero dámelo y asunto zanjado.
. – No hay por qué ponerse así Amanda, justo en estos momentos lo estaba preparando, y es verdad, tienes toda la razón, debes conservarlo tú, al fin y al cabo ….
Esperé que Amanda se fuera, la despedí cortésmente y volví a ver de nuevo mi taquilla, el tesoro que con tanto celo conservaba, seguía allí.
Oí a D. Faustino, que me reclamaba.
.- Elia, ¿ por qué no le da, un poco al letrero? hace días que no se limpia y este negocio necesita un empujoncito, ande vaya y con cuidado dé lustre al nombre de esta empresa que nos da de comer.
. - No se preocupe enseguida lo hago. Subí, no sin antes colocar una de las letras que había quedado descolgada. Ya parecía otra cosa, seguro que desde varios metros a la redonda,
se vislumbraría.
“LABORATORIO DE CENIZAS DEL CEMENTERIO MUNICIPAL”